martes, 8 de mayo de 2007

¿Dónde estaba el rey? (Kie estis la reĝo?)

¿Dónde estaba el Rey?
Los enigmas de un 'real puente' y la evidencia del cinturón delator




De hombres es equivocarse; de locos persistir en el error.
Marco Tulio Cicerón.


Por fin el Rey dio la cara. Apareció a las puertas de la clínica Ruber Internacional dos días y pico después del nacimiento de la segunda hija de los Príncipes de Asturias, enésima nieta, sí, pero tercera en la línea de sucesión al trono. Y bien, no es la primera vez que el Monarca protagoniza espantadas similares o muy parecidas en fin de semana, algunas con ribetes de problema institucional incluido. ¿Dónde estaba el Rey que ha tardado tanto en visitar a la nueva infanta? Los medios han hablado entre líneas de la ausencia, pero han pasado de puntillas sobre el tema, por miedo al sempiterno escándalo.

Sabedor de que su ausencia se había convertido en lugar común de conversación, también de chanza, el Monarca se comportó el martes de forma inusual en este tipo de lances, pero muy reveladora de lo ocurrido. En lugar de acercarse a los periodistas e intercambiar con ellos las cuatro frases de rigor, les saludó de lejos con un breve movimiento de mano y encaró enseguida las puertas automáticas de la clínica, eso sí, con andar pesado, como si le costara mover las piernas, como envarado, con el gesto típico de quien acaba de bajar de un avión tras varias horas de vuelo.

Vestía un blazer, sobre una camisa de tonos morados y corbata color naranja con rayas blancas. Una camisa mal embutida, como precipitada, en el pantalón, que a duras penas conseguía ocultar una ya prominente barriga. Pero el detalle que ha llamado la atención a algunos estudiosos de la simbología regia, que de todo hay en la viña del Señor, era el cinturón, absolutamente inusual o, si quieren, inapropiado para la ocasión, dotado de una gran hebilla circular plateada. Al parecer, se trata de un cinturón tejano de caza, regalo del presidente del los Estados Unidos, George Bush, al Rey de España.

Y eso es lo que ha hecho pensar a tales estudiososque el Rey acababa de llegar a España desde algún destino ignorado, las fuentes apuntan probablemente a Kazajistán, donde habría estado practicando su deporte favorito, la caza, y que se había vestido para acercarse a la Ruber tal vez en el mismo aeropuerto y sin pasar por Palacio, lo que explica la ausencia de un cinturón más adecuado, aunque puede que se tratara de un olvido, o simplemente del acto reflejo de colocarse el que llevaba puesto.

A la clínica llegó el Monarca acompañado por el jefe de su Casa, pero eso puede decir poco o tal vez nada, puesto que Alberto Aza podría haberse incorporado a la comitiva en el propio aeropuerto. Es un hecho cierto que el Rey de España ha establecido fuertes lazos de amistad con el presidente kazajo, Nursultan Nazarbáyev, quien, como ocurre en la práctica totalidad de las antiguas repúblicas soviéticas, es el antiguo jefe del partido comunista local.

En la vecina Rusia tuvo lugar el pasado verano el nada edificante episodio del oso Mitrofan. Atendiendo una discreta invitación de Putin, la prensa rusa reveló que el Rey abatió en una cacería organizada en su honor en la región rusa de Vólogda a un oso amaestrado y totalmente manso. El plantígrado, criado en una aldea vecina, había sido encerrado en una jaula, transportado al lugar de la caza y abandonado en campo abierto, no sin haber sido "previamente embriagado con abundantes cantidades de vodka con miel". La cacería fue todo un espectáculo, en lo que al parecer se ha convertido en una práctica de las autoridades rusas para agasajar a visitantes extranjeros de alto copete.

En Kazajistan y otras ex repúblicas soviéticas vecinas donde confluyen enormes cadenas montañosas, se cazan piezas que suelen excitar la imaginación de los nuevos ricos hispanos, caso del oso o del marco polo, un carnero de espectacular cornamenta que suele abatirse a más de 4.000 metros de altura. Entre los misterios que rodean este tipo de viajes reales se encuentra el medio de transporte empleado. Parece que el Rey Juan Carlos utiliza un avión de la fuerza aérea española, un Falcon 900 de Dassault, con el que suele despegar y aterrizar desde la base de Torrejón, siempre bien provisto de todo, incluso de amistades, la más notoria de las cuales en los últimos años suele ser la de Alberto Alcocer, aunque no la única ni mucho menos.

Cuarenta minutos dicen los papeles que el Rey permaneció en la clínica, un tiempo que sin duda se le tuvo que hacer eterno en caso de haberlos pasado en presencia de Letizia, la esposa del Príncipe Felipe, con quien mantiene, secreto a voces, una relación manifiestamente mejorable. Dicen que su intención era reanudar de inmediato el viaje suspendido, es decir, volver al avión, pretensión de la que alguien debió de disuadirle con buen criterio.

A la salida el Monarca volvió a saludar con la mano y desde lejos, llegando incluso a refugiarse tras los cristales tintados de su automóvil en contra de lo que siempre ha sido usual en él. Y es raro, decía ayer El País, porque el Rey suele ser cómplice de la prensa y aportar detalles para las crónicas. De este modo evitó que algún audaz reportero formulara la pregunta que hubiera sido de manual en cualquier país civilizado de nuestro entorno: ¿Y dónde andaba usted para haber tardado más de 48 horas en venir a conocer a su nueva nieta?

Lo dicho, que al Monarca, como a tantos mortales, no le gusta que le interrumpan unas buenas vacaciones de puente, sobre todo si se trata de la caza del oso en buena compañía. Más de 30 años después de la muerte de Franco, parece razonable decir que, además de cumplir y hacer cumplir la Constitución, la única razón para seguir respetando la institución monárquica en estos tiempos que corren es que el Monarca se convierta en un referente de conducta ética y moral, es decir, que se respete y se haga respetar. Porque, en otro caso, la institución está de más. No es extraño, por eso, que cada vez se vean más banderas republicanas en la calle.

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